miércoles, 26 de noviembre de 2008

"Barba Azul" de Perrault

Comentario de Inma M.R.

Antes de iniciar mi comentario, quería hacer una puntualización, me parece que hemos elegido un cuento que de hadas tiene poco, personalmente me parece más un cuento de terror de Poe que un cuento de hadas. Un cuento de Poe o la narración de un hecho aberrante, pero cuento de hadas, poco. Porque no es que no haya hadas, es que ni una sola referencia sobrenatural encontramos en el cuento. Desde el principio al fin, me parece estar leyendo casi un relato periodístico, un reportaje sobre unos sucesos macabros.
Pero vayamos al cuento.

Empieza Perrault situándonos el cuento no en un país remoto ni lejanísimo. Sin darnos grandes precisiones nos habla de grandes casas y de una ciudad y las Provincias. Parece que nos está describiendo un sitio conocido por todos los que leyeran el cuento (al menos por los de su generación).
El personaje central en ese escenario es, sin duda, su dueño, el terrible Barba Azul, del que sabremos poco más de ese dato. Sólo conocemos de él, que es terrible y feo por su barba azul (hoy con esto del cambio de estética, hasta habría parecido exótico). No sabemos si es joven, si es viejo, si es alto o es bajo, si delgado o grueso. Sólo que tiene la barba azul y eso lo hace detestable. Bueno, también sabemos que es inmensamente rico y eso aligera bastante su aspecto espantoso.
Y este dato de su riqueza sí que es decisivo para que avance el cuento, porque va a ser la causa que le proporcione esposa: una de las hijas de su vecina. Y aparece el otro personaje del que ni el nombre conoceremos. No tiene identidad. Sólo sabemos de ella lo que es para otras personas: es hija de la Vecina, es esposa de Barba Azul, es hermana de Ana y de un Dragón y un Capitán del ejército. Y, por supuesto, es una curiosa redomada. Pero ¿quién no se sentiría tentada de ver algo que le han prohíbido expresamente? Quizás si Barba Azul no le hubiera advertido que no anduviera por aquella zona, a ella ni se le habría ocurrido, entretenida como estaba mostrándole toda la riqueza a las amigas.
Los otros personajes que hacen mover la historia son la hermana, Ana, que sirve de vigia, pero que por sí sola no puede hacer nada por ayudar a su hermana, y que no sé por qué me recuerda enormemente a la hermana de Dido (véase la Eneida, libro IV), quizás porque también se llamaba Ana y también era el paño de lágrimas de la mujer. En realidad este personaje es bastante arquetípico. No quiero meterme en grandes berenjenales, pero ya desde las coplas amorosas que inician la poesía lírica occidental, allá por el siglo X, aparece este personaje: la hermana que oye, consuela y/o ayuda.
También es bastante socorrido esa repetición en el diálogo. La hermana en peligro que pregunta: “Ana, hermana Ana, ¿no ves a nadie venir?” y la hermosísima respuesta de Ana: “No veo más que el sol que polvorea y la hierba que verdea” Además de mantener el contacto entre ellas, este recurso subraya lo dramático del momento, la desesperación de las hermanas ante lo inminente. Ese sol que, en lugar de iluminar y brillar, convierte todo en polvo es el propio (los del sur lo sabemos bien) de la desolación y el desierto. No hay nadie que las pueda salvar, sólo ellas dos, indefensas. Desesperante.
Pero no, hay una esperanza: la llegada de los dos personajes finales, los hermanos, que se convierten aquí en los héroes civilizadores: van a rescatar a su hermana de su cruel marido, pero, además, le van a hacer un bien a la humanidad: van a acabar con un monstruo inhumano. No son principes azules, son un dragón de la caballería y un capitán, son por lo tanto representantes del estado, pues son miembros del ejército. Pero no son principes. Son tan terrenales como los demás personajes de la historia y además son los únicos que tienen el poder de destruir al malvado.
Así pues, nada de princesas, nada de principes, nada de hadas, nada de malvadas brujas hechiceras, ni siquiera un lobito abusador de jóvenes inocentes. En la trama de este cuento, todo es bastante real y creíble. Sólo hay un detalle mágico: el de la sangre que aparece una y otra vez en la llave que ha caído al suelo cuando la mujer se asusta al ver los cadáveres de sus antecesoras.
Tampoco es una trama muy infantil, de hecho, este cuento fue suprimido de algunas ediciones de los cuentos de Perrault destinadas a los niños.

Tengo que reconocer que la primera vez que leí el cuento de Perrault pensé que el significado del cuento era la imposibilidad de llegar al conocimiento: la mujer tiene que expiar la culpa de haber conocido, algo así como Adán y Eva en el Paraíso, con la manzanita. O Pandora con la caja de las sorpresas. Y puede ser que tenga algo de válido, pero ahora lo dudo un poco, y no creo que sea tan correcta esta interpretación. ¿o quizás sí? Veamos despacito el asunto.
¿Qué me hizo repensarlo? Pues que supe hasta qué punto estuvo nuestro amigo Charles Perrault involucrado con el cartesianismo. Y si había algo importante y fundamental para Descartes era precisamente la búsqueda de la verdad, la llegada al conocimiento, a través de la razón. Así que pensé que no podía castigarse a la joven por haber llegado al conocimiento. Tenía que haber algo más, otro mensaje en Perrault. Y, pensando, pensando me di cuenta de algo. Una interpretación que quede en que por llegar al fondo del conocimiento, por abrir la ventana al saber, el resultado sea un castigo, no me parece que cuadre mucho con el significado cartesiano del conocimiento del saber, de la búsqueda de un método, tuvo que ser otra la intención de Perrault.
En realidad, el malvado Barba Azul ‘quiere’ matar a la esposa, le quiere dar el castigo por haber llegado al conocimiento, pero, hete aquí que llegan dos personajes totalmente racionales para salvarla y, de esta manera, consigue el premio gordo, porque se queda con todas las propiedades del marido y consigue ser independiente y actuar a su libre albedrío, cosa que no hubiera ocurrido si hubiera sido tan sosipava de no haber querido conocer lo que el marido ocultaba. En fin, que él quería castigarla, pero no se llega al final del castigo, aunque, en medio la pasa bastante mal, pero ¿quién ha dicho que llegar al conocimiento sea un camino de rosas?
No es necesario que haga la interpretación de lo que significaría según esta lectura el cuarto oscuro que tiene que ser iluminado con la luz del sol, que en este caso es la luz de la razón y no el sol que produce sensación de desastre inminente. Este recurso es buenísimo: primero el sol ayuda a iluminar la razón, pero, después, en demasía y sin control, la agobia.
Creo que visto desde este punto de vista, el cuento no es tan terrible.
Claro que está el otro punto de vista, el que sea la versión de la vida del tal Gilles de Rais, ese malvado y cruel noble francés que fue matando a todos los niños que había en la región y que, yo creo que, en el fondo, sólo coincide con nuestro repugnante Barba Azul en el hecho de que, según cuentan, Gilles tenía una barba tan negra que parecía azulada. Quizás, y es sólo una suposición, era tal la fama que había quedado del asesino serial aquel que en Francia tener la Barba negra azulada era símbolo de crueldad, algo así como decimos de alguien que tiene cara celestial porque esté rodeada de ricitos rubios o le pintamos a las brujas una verruga en la nariz, como si fuera decisivo para su profesión.

Podría seguir enrollándome, pero es que no puedo, por falta de tiempo, no por falta de argumentos, que conste.



lunes, 17 de noviembre de 2008

La Princesa que creía en los Cuentos de Hadas


Este ha sido el primer libro de la temporada. Fue propuesto por una de las miembros del Club de Lectura. Este año, cada una de las lecturas habrá sido sugerida por una de nosotras. Es de esperar por tanto que las lecturas, en cuanto al género, la época, el volumen... sean tan heterogéneas, como lo somos nosotras mismas.

Victoria, una niña delicada, criada por un rey y una reina estrictos e inflexibles, crece soñando que algún día será rescatada por un príncipe encantador tal y como ocurre en los cuentos de hadas. Pero cuando es rescatada las cosas no suceden como tenía previsto y el príncipe deja de ser encantador y la princesa, siguiendo el consejo de un sabio búho, emprende un emocionante viaje por el Camino de la Verdad, al final del cual descubrirá que los cuentos de hadas pueden hacerse realidad.
Este relato, de la editora de El Caballero de la armadura oxidada, simboliza el viaje que todos hacemos en la vida a medida que separamos la ilusión de la realidad y descubrimos qué somos en realidad y cómo funciona ese milagro cotidiano que es la vida.