viernes, 1 de junio de 2007

¿Que por qué la Luna?

La Luna, Mene, Selene… siempre cambiante, siempre en el tránsito de una fase a la otra, siempre cambiando de lugar y forma, es al mismo tiempo símbolo de tranquilidad, paz y silencio (ese singular silencio que Neil Amstrong contaba haber experimentado al poner su pie por primera vez en la superficie de nuestro satélite); de luz (la luz de la razón) y de misterio (el lado oscuro de la Luna es el del cosmos y el del ser humano).
Ese silencio, esa tranquilidad de la Luna acompañan a Fogg, protagonista de “El Palacio de la Luna” -novela cuya lectura y debate nos ocupan en la actualidad- desde el primer capítulo. En esos primeros momentos de introversión, de ensimismamiento en su propio ser, la luna lo interpela desde las letras de un cartel de neón, como el haz de luz de un faro: es la luz y es el silencio. Es también ese un momento en el que Fogg cae en un dejarse llevar, inerte, por la corriente sin retorno de las circunstancias. La vida es entonces sólo un fluir que le conduce a la autodestrucción. Un fluir que está en la raíz de todo. El cambio es paradójicamente la mayor constante en el cosmos, en nuestras vidas. El propio Fogg nos recuerda en el capítulo 2 a Heráclito, el filósofo griego que defendía que el fundamento de todo está en el cambio incesante, que todo se transforma en un proceso de continuo nacimiento y destrucción al que nada escapa. “Panta réi”, todo fluye.
La causalidad ya no era el oculto demiurgo que gobernaba el universo: abajo era arriba, el último era el primero, el final era el principio. Heráclito había resucitado de su montón de estiércol y lo que tenía que enseñarnos era la más simple de las verdades: la realidad era un yo-yo, el cambio era la única constante.
Así es como Fogg se deja fluir hasta que es salvado, momento en que su vida da un giro completo y se transforma en otra absolutamente distinta.

¿No es ese el mismo proceso de la Luna? ¿No “fluye” continuamente desde la completa luz y blancura hasta la absoluta oscuridad y negritud? ¿No es siempre única pero siempre distinta?
Esta otra cualidad de la vieja Selene acompaña pues al protagonista de esta novela de Paul Auster a partir del momento en que empieza a dejarse llevar por la inercia de los acontecimientos.
Una vez renacido de esa fase, lo vemos sucumbir al amor ¡De nuevo la Luna! De nuevo el símbolo de los enamorados. Selene que enamorada apasionadamente del pastor Endimión, abandona cada noche su trono en el cielo, en el turno que le cede su hermano Helios (el Sol) y a la espera de la llegada de su hermana Eos (la Aurora), e, incumpliendo su deber, baja a la tierra a recostarse dulcemente junto a su amado. Selene, la Luna, eterna compañera e inspiradora de enamorados, presente una vez más en un momento crucial de la vida de Marco Stanley Fogg.
Y de nuevo su vida da un giro, se inicia una nueva fase lunar, una fase que lo lleva a oír la historia de un vagar por un inmenso desierto salado, silencioso, rocoso, rudo, estéril. ¿No es ese un vagar por un territorio que más bien podría decirse de la superficie lunar?


Y aún vamos sólo por el capítulo 4, pero ¿alguien cuestionaría ya el por qué del título de esta novela?

Marua

1 comentario:

agusto dijo...

me gutó mucho el palacio de la luna, y el cuadro de ralph tambien.
ahora mismo lo tengo como fondo de pantalla.
la imagen del cuadro que aparece en el blog tiene el contraste muy elevado. la original es mas opaca y oscura.