
Nuestras abuelas contaban que la ropa que se lavaba con luna menguante quedaba más limpia con menos esfuerzo, y en los tiempos en que se lavaba a mano en lavaderos públicos esto era muy útil. Además cuando querían recuperar una planta enferma la podaban radicalmente en la luna nueva.
La creencia popular asocia el aumento de alumbramientos a la luna creciente y también considera que esta fase lunar aumenta el trabajo en los hospitales y en las brigadas de la Policía.
En el ámbito agrícola también se le atribuyen a la luna una serie de fenómenos que no se saben explicar de otra manera. Por ejemplo se dice que si se siembran los ajos en luna nueva, se salen de debajo de la tierra (los escépticos dicen que si se siembran bien hondos no se saldrán); también se dice que si se cortan las cañas en luna llena, en poco tiempo se harán negras y se estropearán enseguida… y así seguiríamos con una larga lista.
Lo cierto es que tenemos más presencia de la luna en nuestras vidas de la que quizá nos demos cuenta. Es muy difícil obviarla en su fase de luna llena, enigmática, brillante, sensual…, pero el resto de los días pasa desapercibida como todo lo cotidiano y a pesar de la indiferencia que de vez en cuando profesamos, la humanidad a lo largo de su historia tiene tanto que deberle… ¿cuántos poetas a lo largo de los tiempos le han cantado a la luna?, ¿cuántos amores se han declarado a la luz de la luna?, ¿cuántos paraísos lejanos y exóticos hemos evocado embriagados por su magia?
Marco Stanley Fogg nuestro protagonista, lejos de ignorarla, vive su vida intensamente condicionada por la existencia del satélite. Está a las puertas de la edad adulta cuando los astronautas americanos ponen el pie en la luna. Contempla el acontecimiento desde la barra de un bar consciente de que, si bien no era el acontecimiento más importante desde la creación, el hombre no había estado jamás tan lejos de casa. Seguro que no imaginó que años después Neil Armstrong en Valencia, (tal vez sea una coincidencia que la Luna en esta ciudad también sea famosa), declararía que el lado oscuro de la luna no es tal, sino “medio clara”, y que su primera sensación fue de “un descanso muy grande, se pudieron quitar los auriculares y disfrutar del silencio”, una sensación placentera que apenas unos pocos pueden narrar al resto de la humanidad.
Marco descubre la espiritualidad contemplando el cartel de un restaurante chino llamado El Palacio de la Luna. El destino, y una compleja red de significantes en torno a la luna, lo lunar y la luz, le llevan a trabajar como lector y acompañante de Thomas Effing, un viejo pintor paralítico. Y escribiendo la biografía de Effing, que éste quiere legar al hijo que nunca conoció, Marco Stanley Fogg descubrirá, en un viaje que le lleva desde el Palacio de la Luna, , a los lunares paisajes del Oeste americano, los misterios de su propio origen, el nombre y la identidad de su padre.
Para otras personas, no obstante, la luna es capaz de “enamorar al toro”, y sacar de sus cabales al hombre lobo, pero de ahí a que lleve a las embarazadas al paritorio nada de nada. Según estas personas la creencia popular, según la cual la luna influye en la conducta humana, carece de fundamento. Para ellas, sólo hay un grupo de seres racionales sobre el que tiene una clara y demostrada influencia, y son las parejas de enamorados, y no pueden descartar que ocurra porque estos individuos sufran algún “trastorno temporal de la personalidad” que nada tiene que ver con el satélite.
Considero el escepticismo un motor de desarrollo de la humanidad, pero a veces pienso que algunos estudios tienen como único propósito despojar al hombre de la opción de explicar lo que no entiende a través de la magia y, sin embargo ¿no es necesario para el ser humano lo maravilloso, lo enigmático, lo inexplicable? Creo que quién no crea que la luna provoca en nosotros muchas más sensaciones de las que pensamos, debería salir a la terraza, contemplarla durante un rato y dejarse seducir por su mágico influjo.