miércoles, 16 de mayo de 2007

El béisbol

Las referencias al béisbol son continuas en la primera parte de "El Palacio de la Luna" . Juegan en ocasiones el papel de contextualizadoras de los acontecimientos y en otras ocasiones son un mero recurso literario.
Mientras examinaba los papeles lleno de reverencia, me miró con lágrimas en los ojos y predijo audazmente que 1969 sería el año de los Cubs. Casi acierta, claro, porque de no haber sido por un bajón al final de la temporada, combinado con el meteórico ascenso de esa chusma de los Mets, seguramente así habría sido.

« Me miré el pecho y vi que llevaba una camiseta de los Mets. La había comprado a principios de año en una venta de ropa usada por diez centavos.
-Ni siquiera me gustan los Mets -dije-. Yo soy de los Cubs. »

[The infamous black cat circles Ron Santo in 1969 at Shea Stadium, just before the "Mircale Mets" write another chapter of the Cubs curse.]

Seguí el espectacular descenso de los Cubs con especial interés, asombrándome de lo rápidamente que el equipo se había desmoronado. Me resultaba difícil no ver paralelismos entre su caída desde lo más alto y mi propia situación, pero no me lo tomaba como algo personal. En el fondo, la buena suerte de los Mets me gratificó bastante. Su historial era aún más abominable que el de los Cubs y presenciar su repentino y absolutamente improbable ascenso des-de las profundidades parecía demostrar que cualquier cosa era posible en este mundo. Esa idea me proporcionaba consuelo.

A propósito de la influencia del béisbol en Paul Auster se cuenta la siguiente anécdota (extraída de aquí):
En 1955, convertido en un aficionado al béisbol, se encuentra en el estadio con Willie Mays, el jugador de los New York Giants.
Why Write?: “Mr. Mays”, dije, “¿podría, por favor, tener su autografo?”(...)

Su respuesta a mi pregunta fue brusca, pero amigable. “Claro, niño, claro”, dijo. “¿Tienes un lapiz?”. Estaba lleno de vida, recuerdo, lleno de energía joven, se movía de un lado a otro mientras hablaba.

Yo no tenía un lápiz, así que la pedí a mi padre el suyo. El no tenía uno tampoco. Tampoco mi madre. Ni, cuando voltee a mirarlos, los demás adultos.

El gran Willie Mays se quedó ahí, mirando en silencio. Cuando fue claro que ninguno del grupo tenía algo con qué escribir, se volteó y encogió los hombros. “Lo siento, niño”, dijo. “Si no tienes lápiz, no puedo darte un autógrafo” Y entonces se fue caminando, fuera del campo, hacia la noche.

Después de esa noche, comencé a cargar un lápiz conmigo a cualquier sitio que iba. Se convirtió en mi hábito nunca dejar la casa sin estar seguro de llevar mi lápiz en mi bolsillo (...)

Si algo me han enseñado los años ha sido esto: si hay un lápiz en tu bolsillo, existe una buena posibilidad de que algún día te sientas tentado a usarlo. Como me gusta decirle a mis niños, así fue como me convertí en un escritor”.

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