martes, 15 de mayo de 2007

Cadena de curiosidades

Abrimos la cubierta, pasamos la portada, una página más y ¡zas! He aquí la dedicatoria. Primera sorpresa, este libro, en el que un hombre que no ha conocido nunca a su padre se verá arrastrado por el destino al conocimiento de sus orígenes, está dedicado por su autor a Norman Schiff, su padrastro, con quien se había casado su madre tras divorciarse de Samuel Auster.
Cuentan las biografías “oficiales” que fue por mediación de él por lo que Paul consiguió un trabajo en un barco petrolero de la Esso para trabajos variados.
Eso ocurrió aproximadamente (yo no soy una “biógrafa oficial”, así que perdonen mi inexactitud) en torno a los años 1969 o 1970, fechas en las que precisamente se ambienta el inicio del relato de “El Palacio de la Luna”.
Quizá no sea un dato relevante, pero da que pensar.
Supongo que Norman Schiff debió ser en la época una persona de gran ascendencia en la vida del joven Paul, así como también debió serlo su tío Allen Mandelbaum cuya biblioteca empieza a leer el futuro novelista cuando contaba sólo 10 años. Allí descubrió a autores como a Fyodor Dostoyevsky, así como su propia vocación. Se dice que desde entonces Paul Auster ya estaba seguro de que quería ser novelista.
No son extraños pues los matices dostoievkianos con los que Paul Auster tiñe la decadencia voluntaria en la que se sume su protagonista M.S. Fogg en el primer capítulo de esta novela.
Tampoco parece una casualidad que el pariente que más ha marcado la infancia y la juventud de Marco Stanley Fogg haya sido su tío Victor quien, por toda herencia, le deja una montaña de cajas de libros (¿transmutación de la biblioteca del tío de Auster en la que él se inició en la pasión por la literatura?).
Habitualmente no tengo esta tendencia a permitir a mis pensamientos saltar desde la realidad biográfica de un autor a la ficción novelada de sus personajes, pero con Paul Auster ¿quién puede resistirse? ¿Dónde está el límite entre lo uno y lo otro?

Marua

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