sábado, 27 de septiembre de 2008

El soufflé de erizo

Como ya se ha dicho anteriormente, la lectura de verano de nuestro club fue "La elegancia del erizo" de la autora francesa Muriel Barbery. El pasado día 24 de septiembre tuvo lugar la sesión de nuestro club dedicada al debate de esta novela. Reproduzco aquí una de las opiniones que se manifestaron en el transcurso del mismo. Es sólo una opinión más entre las muchas que se expresaron. Hubo también opiniones más "complacientes" con esta obra y con su autora y más conformes con lo que se está diciendo sobre ella en otros foros en internet. Pero esta que aquí reproducimos recoge algunos puntos en los que la mayoría estuvo de acuerdo. Como "comentarios" se han añadido las opiniones de otras miembros del Club de Lectura pero cualquier otro comentario será igualmente bienvenido.

Mucho se ha escrito sobre esta novela, gran éxito de ventas en Francia y ahora también en España. Yo he de decir que disfruté mucho la primera mitad del libro. Las reflexiones de Renée Michel, esa portera autodidacta, loca por la filosofía, la literatura rusa y la cultura japonesa, y las elucubraciones de Paloma, una niña superdotada de 12 años y con tendencias suicidas, me parecían en ocasiones incluso deliciosas.

Desde el inicio intuía graves incongruencias, particularmente en el diseño del personaje de Renée pero aún así la novela satisfacía ampliamente las exigencias de una lectura de verano. Me adentraba en esas locas divagaciones entre filosóficas y alucinadas de ambas protagonistas, ("el Arte es la vida, pero con otro ritmo" p. 162) tumbada en una butaca bajo el laurel de mi patio, cuando empezaba a caer la tarde de estío y prefería no detenerme en determinados detalles más que discutibles de la novela que tenía entre manos.

Así me mantuvo atrapada mientras no existió realmente ninguna trama, ninguna intriga argumental en la historia, cuando ésta surgió convirtiendo a nuestra portera de 54 años en una especie de nueva “Cenicienta”, con un príncipe azul venido del Imperio del Sol Naciente, empecé a sentirme realmente frustrada. La autora le había dado una vuelta de tuerca a la obra que la había convertido en algo completamente distinto, casi una novela rosa. A partir de ese momento la portera, supuestamente un ser de una sensibilidad e inteligencia excepcionales, sufre por parte de la autora un tratamiento casi humillante: escenas como la del retrete de casa del señor Ozú, el vestido robado en la tintorería, etc.

Una vez que el encanto del “rito del té” con la buena de Manuela
« Preparo un café que no tomaremos pero cuyos efluvios ambas adoramos, y bebemos a sorbitos una taza de té verde para acompañar las tejas [de almendras], que comemos a pequeños mordiscos para saborearlas. »
o las reflexiones sobre la gramática o el cine japonés y las camelias del jardín
« La camelia sobre el musgo del templo, el violeta de los montes de Kyoto, una taza de porcelana azul, esta eclosión de la belleza en el corazón mismo de las pasiones efímeras, ¿no es acaso a lo que todos aspiramos? »
empezó a esfumarse, se despertó en mi el espíritu crítico de la filóloga que me habita, salí del sopor de las siestas de verano y empecé a preguntarme ¿pero qué pretende realmente la Barbery esta? ¿Cómo ha podido meter la pata hasta este punto? ¿pero por qué no ha dejado las cosas cómo estaban?

Mis principales reservas han sido, como ya he adelantado, respecto al personaje de Renée. Esta portera retratada como un ser de gran sabiduría e inteligencia, capaz de disfrutar de la belleza del arte y de ver también esa belleza en las pequeñas cosas de la vida, no tiene sin embargo la grandeza de espíritu de gozar de esas cosas con total tranquilidad y espontaneidad. No es que no le preocupe que sean patentes estas cualidades suyas sino que voluntariamente muestra gran empecinamiento en ocultarlas y mantenerlas en secreto.
Renée: « Asimismo, también está escrito que las porteras ven la televisión sin descanso mientras sus gordos gatos dormitan, y que el vestíbulo del edificio tiene que oler a potaje, a sopa o a guiso de legumbres... voy cada día a la carnicería a comprar una loncha de jamón o un filete de hígado de ternera, que guardo en mi bolsa de la compra entre el paquete de fideos y el manojo de zanahorias. Exhibo con complacencia estos víveres de pobre... con el fin de alimentar a la vez el lugar común consensual y a mi gato... mientras yo puedo dar rienda suelta... a mis propias inclinaciones culinarias...
Más ardua fue la cuestión de la televisión... Como no es muy frecuente que una portera disfrute con "Muerte en Venecia", y que de la portería provengan notas de Mahler, recurrí a los ahorros conyugales... y adquirí otro aparato que instalé en mi escondrijo. Mientras, garante de mi clandestinidad, el televisor de la portería berreaba sin que yo lo oyera insensateces para cerebros poco o nada refinados, yo podía extasiarme, con lágrimas en los ojos, ante los milagros del Arte... »

Paloma: « Hace quince días, Antoine Pallières volcó sin querer el carrito de la compra de la señora Michel, que estaba abriendo la puerta de su casa... Se esparcieron por el suelo remolachas, paquetes de pasta, jabón de Marsella y cubitos de caldo concentrado y, asomando por el borde del carrito, que estaba tirado en el suelo, entreví un libro. Digo entreví porque la señora Michel se precipitó a recogerlo todo mirando furiosa a Antoine... pero también con una sombra de inquietud... »
El gesto de ocultar sus libros en el fondo de la cesta de la verdura no es un gesto de humildad, no es el gesto de alguien que disfruta de la literatura sin más, sino el de alguien que considera que eso no es propio de una persona de clase baja y, partiendo del principio de que los demás no van a comprender esa afición en ella los convierte en indignos de saberlo. Es pues Renée una mujer, no de limpios horizontes intelectuales, sino cargada de prejuicios sociales.
« yo, Renée,... consciente hasta el desfallecimiento de la inconveniencia y el carácter blasfemo de mi presencia en este lugar [el piso de un rico propietario] que, si bien espacialmente accesible, no por ello representa menos un mundo al que no pertenezco y que desconfía de las porteras... »
« Si hay algo que aborrezco es esta perversión de los ricos que consiste en vestirse como pobres... No sólo es feo, sino también insultante; no hay nada más despreciable que el desdén de los ricos por el deseo de los pobres. »
La autora nos quiere hacer ver en ella a un ser excepcional pero se equivoca dotándole de ese carácter, más que desconfiado, en ocasiones, retorcido. Es más que probable que M. Barbery no tuviera intención de cargar a su personaje de esas connotaciones pero, voluntariamente o no, es eso lo que ha conseguido.

Más creíble habría sido que Renée hubiera vivido sin querer hacer ostentación de su cultura pero tampoco sin tanto empeño por ocultarla. Si, aún así, sus elitistas vecinos no se hubieran percatado de quién y cómo era ella, no la hubieran "visto", la autora habría conseguido, de modo más efectista, el objetivo de mostrar que los seres humanos sólo vemos lo que queremos ver o lo que "entra en nuestros esquemas".
Sin embargo, en esta novela esto no se consigue, porque Renée pone tanto empeño en no ser vista que nadie puede acusar a los demás de no verla. El mensaje queda, pues, mermado y, además, los prejuicios sociales se manifiestan por doquier con pequeños comentarios que restan validez al espíritu, supuestamente, sensible de Renée:
« No dejar salir al gato y no dejar entrar a la portera es el adagio básico de las señoras socialistas. »
Mejor construido me parece el personaje de Paloma. Algunas de sus "ideas profundas" y sus tesis sobre "el movimiento del mundo" (« lo importante no es morir ni a qué edad se muere, sino lo que uno esté haciendo en el momento de su muerte » ; « quizá estar vivo sea esto: perseguir instantes que mueren »...) son lo mejor del libro.
Otro aspecto que me frustró es que, dada la publicidad editorial y algunas reseñas publicadas en distintos medios, yo emprendí la lectura de este libro pensando que sería la historia de la amistad entre dos seres dispares pero con almas gemelas. Sin embargo, una vez más la publicidad conduce a error convirtiéndose en el peor enemigo de un libro, pues más que la historia de una amistad podría haberse definido como la historia de dos vidas paralelas, que discurren próximas pero sin llegar apenas a cruzarse. En efecto Renée y Paloma no llegan a conocerse hasta muy avanzada la narración y son sus encuentros más que nada superficiales en los que cada una intuye el alma oculta de la otra pero no puede decirse que se hagan amigas. Tanto Renée como Paloma entablan, cada una por su parte, una relación (que no sé si puede llamarse tampoco amistad, pero se parece más) con el atractivo nuevo propietario, Kakuro Ozú. Eso las une pero nos quedamos con las ganas de asistir a conversaciones más extensas entre ambas protagonistas y a la consumación de su amistad.

"La elegancia del erizo", aunque con momentos logrados, adolece, en mi opinión, de una falta de coherencia interna. Y por no hablar de ese final con Renée muriendo en una versión burda de Ana Karenina. Un final tan injustificado como inesperado que, en lugar de un golpe de efecto, parece una salida de urgencia para una narradora que no encontraba otra solución digna. Un final abierto, después de la cena de Renée con el Sr. Ozu, dando paso a una de las reflexiones de Paloma sobre el movimiento del mundo y el sentido de la vida, habría estado más en la línea del arranque de la novela y habría tenido más lógica.

En definitiva la novela se presentaba como un exquisito soufflé, todo hinchado y espumoso pero que cuando se le mete la cuchara al fondo, se viene abajo quedando muy deslucido.

Ana M.R.

4 comentarios:

Anónimo dijo...

"La elegancia del erizo" me ha parecido una historia inteligente, filosófica, original y dramática, desde luego no me he parado a analizar su calidad literaria pues carezco del conocimiento necesario para ello. En su inicio me pareció un libro con un contenido muy filosófico, los personajes tienen una gran cultura y una forma muy particular de ver la vida pero me costó trabajo contactar con ellos, más bien entenderlos sobre todo a nuestra portera. Ya te comenté, aunque es un detalle nimio, que no me termina de cuadrar que las dos hermanas tengan el mismo nombre. Por otro lado de los detalles que con más nitidez recuerdo es ese piso ocupado por ese atractivo y rico japonés que además cocina tan bien y que resulta tan atractivo. Esa parte cuento de hadas en la que ella se transforma de sapo a princesa de la noche a la mañana, resulta muy efectista (en plan comedia romántica americana), el enamoramiento sobre todo de él hacia ella es muy rápido, al menos resulta curioso que un hombre de esa posición y mundo quede prendado tan rápidamente de un personaje que aunque de una personalidad atractiva no deja de ser una portera hasta ese momento invisible prácticamente. Del japonés en cambio se enamora cualquiera, hubiera deseado que me invitara a mi a cenar. La relación entre ambas, René y Paloma, no llega a ser todo lo intensa que se hubiera podido esperar, me quedé con la sensación de que había sido un poco superficial (recuerdo más intensamente que se juntan para merendar que otra cosa), aunque da la sensación de que se dicen más con la expresión que con palabras. El final me parece desesperanzador desde el punto de vista de que parece ser la renuncia a que el ser humano pueda aspirar a ser feliz en este mundo, es decir cuando alguien que en toda su vida se ha dedicado a llevar una vida difícil, carente de alegrías, sacrificada y abnegada al servicio de los demás, cuando por fin alcanza la posibilidad de disfrutar, encontrar el amor y poner un toque exótico y alegre, ¡zas! te la cargas en un absurdo accidente para desconsuelo total del lector y para decir ¡chúpate esa! que si pensabas que en la vida se puede ser feliz estás muy equivocado. Unos personajes tan cultos y filosóficos hubieran merecido un desarrollo y un final más dignos y originales, más acordes con sus personalidades y más desvinculados de las cosas que le pueden suceder a cualquiera.

Anónimo dijo...

No conozco nada de la trayectoria literaria de esta escritora, Muriel Barbery, así que no puedo comparar esta obra con alguna salida de su pluma.
Adelanto, desde ya, que si no fuera por lo que es, es decir, por la obligación que hay de leer los textos del club, lo habría dejado antes de llegar a la mitad, porque hace unos años me di permiso a mí misma, para que, cuando un libro no me gustara, poder dejarlo sin remordimiento alguno.
De esta, en concreto, me ha quedado la sensación de que, alguien con buen manejo del idioma y habiéndose leído tres libros de filosofía y un clásico ruso puede escribir una novela.
No me ha gustado nada el escepticismo que fluye de la historia: vivimos en un mundo totalmente estamentario, eso de las clases sociales que fluctuan es, según esta novela, del todo mentira. Si eres una pobre portera, tienes que ser siempre portera, porque, por mucha cultura que tengas, por mucho pretendiente supermillonario que te eches, al final, te vas a morir de portera. Lo mismo de los ricos, da igual, cómo te vaya en la vida, si eres rico, ya lo tienes todo hecho. Es como seguir en la Edad Media.
Y el final, es lo peor, ¿además de Ana Karenina, la señorita Barbury no ha leído nada que acabe bien, sin que a la protagonista la atropelle o un tren o la camioneta de reparto de la tintoreria? Y lo peor no es que haya acabado como la Karenina, es que también ha acabado como cualquier erizo de campo cuando se da una vuelta por la autopista, hecho papilla.
Tengo que reconocer que, el último capítulo me hizo llorar, pero no por el final trágico de la pobre portera, que me irritó hasta lo indecible, sino por la pobre Paloma que de nuevo se queda sola, por el capricho de una escritora que cree que un final trágico es el gran final.
A veces la vida acaba bien. O, al menos, eso quiero creer.
Inma

Anónimo dijo...

Querida Paloma:
Me parece muy acertada tu observación. Es cierto que ambas hermanas Josse se llaman igual, aunque en distinto idioma: Paloma y Colombe.
¿Será esto fruto del azar o habrá querido Muriel Barbery mandar un mensaje subliminal con ello?
Se me ocurre que quizá esto signifique que, en realidad, Paloma y Colombe son dos caras de una misma moneda, dos formas de vivir en la sociedad actual. La una rebelde y disconforme hasta con su propia existencia. La otra de apariencia también rebelde pero inserta plenamente en el sistema, que la sustenta.
Por cierto que esto me trae al recuerdo, las ácidas críticas que la autora a través del personaje de Renée hace contra el lugar donde estudia Colombe, la École Normale Superieure, centro de formación superior, tradicionalmente considerada como cuna de las élites políticas, económicas e intelectuales de Francia. Creo que algunas de estas críticas pueden tener una justificación pero son muy exageradas e incluso rallan lo insultante. Conozco a algunos "normaliens", alumnos de la ENS, que son personas admirables, solidarias, generosas y tolerantes. Habrá también muchos que respondan más a esa imagen elitista pero creo que ni la ENS ni la Universidad es hoy día (ni en Francia ni en ningún otro país de nuestro entorno) un refugio elitista, ni todos los estudiantes responden al cliché que la autora esboza con Colombe y sus amigos.
Del mismo modo también conozco a "señoras socialistas" que entablan amistad con "porteras" (por decirlo de algún modo) y que, por supuesto, no prefieren dejarlas en la calle mientras se preocupan por su gato.
Con afirmaciones como estas la autora manifiesta unos prejuicios que afean su obra. Y es lamentable dado que hay tantas otras cosas que suponen aciertos y sutilezas encantadoras, y creo que este tipo de invectivas, exageradas y no siempre justificadas, podrían haberse evitado.

Anónimo dijo...

Para Inma:
Uagg! tu comparación de la muerte de Renée con la muerte de un erizo en una carretera, es un poco "gore" pero muy aguda :-D